jueves, 19 de junio de 2014

Si tuviera una hija - Sarah Kay

Si tuviera una hija, en vez de mamá le diría que me llamara “Punto B”, porque de esa manera sabría que no importa lo que pase, al menos, siempre podría encontrar su camino hacia mí. 

Si tuviera una hija le pintaría los sistemas solares en las palmas de sus manos, para que tenga que aprender primero todo el universo antes que pueda decir, “Oh, conozco eso como la palma de mi mano”. 

Y ella va a aprender que esta vida te golpeará duro en la cara, esperará que te repongas sólo para patearte el estómago después. Pero quedarte sin aire es la única forma de recordarle a tus pulmones lo mucho que les gusta el sabor del aire, y que hay heridas que no pueden curarse con tiritas o poesía. 

Entonces cuando ella comprenda que la Mujer Maravilla no vendrá, me aseguraré que sepa que no tiene que llevar la capa ella sola porque no importa cuan ancho extiendas tus dedos, tus manos siempre serán muy pequeñas para abarcar todo el dolor que quieres curar. Créanme, lo he intentado. 

“Y, corazón mío”, voy a decirle, no lleves la nariz tan levantada en el aire. Conozco ese truco; lo hice millones de veces. Sólo estás oliendo el humo para poder seguir el camino de regreso a una casa en llamas, para poder encontrar al chico que perdió todo en el fuego para ver si puedes salvarlo. O bien encontrar al chico que comenzó el incendio, para ver si puedes cambiarlo. Pero sé que ella lo hará de todos modos, por eso siempre tendré cerca una ración extra de chocolate y botas de lluvia, porque no hay angustia que el chocolate no pueda curar. Bueno si, hay algunas angustias que el chocolate no puede curar. Pero para eso están las botas de lluvia. Porque si la dejas, la lluvia se lo lleva todo.

Quiero que ella mire el mundo a través del fondo de vidrio de un barco, que a través de un microscopio mire las galaxias que existen en ese puntito que es la mente humana porque esa es la forma en que mi mamá me enseñó que habrá días como esté y días como aquel. 

Días en que abres tus manos para atrapar y terminas sólo con moratones y ampollas en los dedos; 

Días en que sales de la cabina telefónica y tratas de volar y las mismas personas que quieres salvar son los que están pisando tu capa; 

Días en que tus botas se llenarán de agua, y estarás desilusionada hasta las rodillas. 

Y serán precisamente esos días en los que tendrás más razones para dar las gracias. Porque no hay nada más hermoso que la forma en que el océano se niega a dejar de besar la costa, no importa cuántas veces se aleja. 

Pondrás tu viento en ganar algo, en perder algo. Pondrás tu estrella en comenzar una y otra vez. Y no importa cuántas minas estallen en un minuto, asegúrate que tu mente aterrice en la belleza de este raro lugar llamado vida. 

Y sí, sí, en una escala de uno a exceso de confianza, soy bastante ingenua. Pero quiero que ella sepa que este mundo está hecho de azúcar. Puede derrumbarse fácilmente, pero no tengas miedo de sacar la lengua y saborearlo. “Cariño”, voy a decirle, “recuerda que tu mamá se preocupa y tu papá es un luchador, y tú eres la niña con manos pequeñas y ojos grandes quien nunca se cansa de pedir más”. 

Recuerda que las cosas buenas vienen de a tres, y las cosas malas también. Y siempre discúlpate cuando hayas hecho algo mal. Pero nunca te disculpes por la forma en que tus ojos se niegan dejar de brillar. Tu voz es pequeña, pero nunca dejes de cantar. Y cuando finalmente la tristeza te embargue, cuando el odio y la guerra se deslicen bajo tu puerta y te ofrezcan folletos en las esquinas de cinismo y derrota, les dices, sin dejar de sonreír: “Deberíais conocer a mi Madre.”

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