martes, 26 de noviembre de 2013

El Prestige naufraga de nuevo, y vuelve a "partir" a la sociedad

"TRAS 100 AÑOS BUSCANDO RESPONSABLES POR EL HUNDIMINETO DEL TITANIC, UN TRIBUNAL ESPAÑOL DECLARA INOCENTE AL ICEBERG"


(por Jota R Nuñez)
He visto la indignación que la sentencia del Prestige ha ido dejando en vuestros muros, fotos que colgais, comentarios, interacciones en redes sociales, etc. Es de justicia reconocer como nos gusta ver como en cuestión de minutos muchos agregados comparten las inquietudes propias, y como no, los sentimientos de rechazo, crispación, dolor, odio, e importencia que nos genera. En estos tiempos ya casi resulta imposible ocultar las cosas de la opinión pública. No importa de qué se trate, porque todo se sabe, todo es muy mediático. De hecho estamos tan seguros de que pase lo que pase nos enteraremos, que nos permitimos el lujo incluso de dejar que pase el tiempo, porque al final nos dará la razón. Que la tenemos y nadie nos la va a sacar. Y con ésto nos vamos satisfechos a la cama, con la conciencia anestesiada de tanta razón que nos han dado, cuando resulta que, como siempre, los árboles no nos dejan ver el bosque... ¿Nadie se ha preguntado qué hemos hecho durante 11 años para que en el Gobierno y con mayoría estén los mismos que gestionaron la crisis? ¿Es casualidad que después de 11 años haya salido la sentencia ahora? ¿De verdad os sirve de algo que os den la razón?


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1989
EXXON VALDEZ
Vertido de 40.900 toneladas de petróleo (257.253 barriles) en la costa de Alaska. Condena al grupo petrolero Exxon Mobil al pago de 507.5 millones de dólares en concepto de daños y perjuicios a los pescadores, empresarios y nativos de Alaska, Estados Unidos, afectados por el vertido del buque.

2002
PRESTIGE
Vertido de 77.000 toneladas de petróleo (484.315 barriles) en nuestras costas. El tercer desastre más costoso provocado por el hombre en toda la historia de la humanidad después del desastre de Chernobyl y de la explosión del Columbia.
Indemnización "0"...

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- ¡La justicia hace aguas! ¿qué hacemos señor?
- ¡Aléjenla de la costa!




La semana de...
El segundo naufragio
Alicia Fernández - 17 de noviembre de 2013
En ese país cainita, podrido y envidioso casi no sorprende nada. A lo sumo, con esfuerzo y propósito, puedes aparentar cierta turbación ante las mil y una incongruencias o afrentas diarias. Nuestra capacidad de asombro ha sido ampliamente superada por la triste realidad, esa que una vez sí y otra también nos restriega, inmisericorde, nuestra endeblez. Es por ello que la sentencia por el viacrucis y crucifixión del Prestige en la piscina del Fogar de Breogán me deja a cero grados. Ni frio ni calor, que diría algún político.

Podríamos cabrearnos por tan interminable e incompetente instrucción (según nos dicen no pueden condenar por ausencia de imputación de los responsables). O por los manejos para cambiar la composición del Tribunal que lo iba a juzgar (ante la dureza de alguna de sus decisiones previas). Incluso por las valoraciones subjetivas que contiene la propia sentencia. Pero, ¿para qué? ¿Acaso a usted, a estas alturas de la película, le sorprende ver una Justicia lenta, mal engranada con la sociedad y contraria al sentido común? Supongo que no.

La que suscribe, en momentos de duda, para adaptar un problema complejo a su escasa capacidad de comprensión, suele reducir al nivel más simple sus elementos y así poder formar una opinión sensata. Estrategia que también le vale para no irse por las ramas ante sus múltiples derivaciones y perder de vista el meollo del asunto. Pues bien, llevado a ese nivel la cosa quedaría así: había una vez una empresa ubicada en un paraíso fiscal y legal, que tenía un barco grande y viejo. Esa empresa consiguió que una clasificadora y una aseguradora validasen aquel amasijo de hierros para transportar una mercancía peligrosa como el fuel. Abanderaron el barco en una república bananera, contrataron una tripulación de circunstancias y se echaron a la mar. Para mayor despiste el flete se cambia de nombre, se reexpide en puertos de conveniencia y se cambia de destinatario. Esa bomba de relojería pasa por delante de Galicia, casi por el salón de las casas costeras, y, como no podía ser de otra forma, por un mal tiempo relativo sufre daños que lo hacen ingobernable.

En ese punto se hacen cargo unos sesudos mandatarios que toman tarde (algunos estaban de caza y otros de vacaciones) decisiones más que dudosas y se produce el mayor pifostio medioambiental desde los Reyes Católicos. Se instruye el pertinente proceso judicial y, ¡once años después!, se concluye que nadie tiene la culpa. Bueno, sí. Galicia por estar donde está y viendo venir la mierda no haberse apartado.

Así, resumido y en frío, a los gallegos se les atraganta esta píldora. Más si han visto que esta semana a una chica le pedían siete años de cárcel por contaminación acústica, pues cometió el horrendo crimen de tocar el piano. Con lo cual hay dos opciones: sacar la espingarda y tirarse al monte a lo Curro Jiménez o auto recluirte en un psiquiátrico hasta el juicio final ¡Qué país!


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Un equipo de expertos a modo de jurado popular
Escrito por:
José Vicente Domínguez - 19 de noviembre de 2013

Enlace: pincha aquí

Sobre el caso Prestige, ¿quién no sería capaz de aportar consideraciones, razonamientos, opiniones más o menos fundadas, conclusiones post mortem, estudios contrastados y teorías provenientes de profesionales, neutrales o implicados? Pues así tal ocurrió. Ahí tienen, señores magistrados, el voluminoso expediente con un sinfín de estudios. Saquen ustedes las conclusiones. Así es como los magistrados de la Audiencia se encontraron con un maremagno de documentos y argumentos cuyo estudio sobrepasa la capacidad de análisis de cualquier profesional ducho en la materia. ¿Y qué pueden hacer unos magistrados doctos en lo suyo pero legos en la cuestión ante tal volumen y disparidad de opiniones?... Tal vez lo mejor hubiera sido declararse incompetentes en la materia. Pero no procede así en nuestro derecho.

¿Se imaginan a alguien profano en este asunto -por muy gran jurista que sea- tratando de analizar las consecuencias del impacto de una ola que nadie vio, y en la que él tal vez no crea, tan inmensa como un edificio de siete pisos? ¿Puede alguien ajeno a una profesión vivida, imaginarse el estupor de ser ordenado alejarse de un posible puerto de refugio cuando la vida del sujeto que cabalga está en grave riesgo de peligro? ¿Qué podrá discernir un magistrado, por mucho que le cuenten, sobre la conveniencia de una decisión tal que la de alejar o acercar un buque a la costa o navegar con un engendro gravemente herido a un rumbo temerario en contra de los elementos? Así podríamos seguir sin casi fin. Porque, una vez leída la sentencia de la Audiencia de A Coruña, nos da la impresión de que en lugar de proceder a clarificar y sacar las debidas conclusiones de los múltiples análisis -para el que los magistrados admiten carecer de conocimientos- se han limitado a una operación matemática de simples sumas y restas, para llegar a la fácil y pueril conclusión de que, puesto que como unos dicen H y otros dicen B, la cosa se queda en tablas y allá paz y aquí gloria.

Y no es de extrañar que el pueblo se indigne. Quienes conocen de las cosas de la mar y vivieron los sucesos, saben que no es este un caso para ser juzgado por un trío de profanos. No se trata de saber si se produjo incumplimiento de una ley para la que existe casuística y argumentos penales y civiles contrastables en Derecho. Es un siniestro marítimo complejo que debería haber sido analizado por un equipo de especialistas, hasta llegar a la conclusión mayoritaria de la responsabilidad de cada cual, tal que si se tratase de un jurado popular especializado. Una vez analizadas y discernidas las actuaciones, podrían los magistrados aplicar la pena que en Derecho pudiera corresponder a tenor de las decisiones de cada cual. ¿O es que nadie ha decidido nada?

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