jueves, 10 de abril de 2014

Carta a mi hija. Carta de un padre a una hija

Alguien escribió una vez...


Sucedió hace apena treinta horas en una mesa frente a Gràcia, en la indescriptible sala de Moments —frente a nosotros, un padre con su hija (¿seis años?), él le explicaba los platos, ella atendía con los ojos muy abiertos, inmensos ojos. Aislados del resto del universo, nada existía más allá de la isla que era su mesa. Nada más. Nada menos.

No tengo hijas, pero sí un folio en blanco. Aquí va una carta para ella, para ti —ojalá un día la leas:

Viaja, viaja sin descanso. Viaja sola y acompañada, en familia y enamorada (no existe nada mejor) viaja con amigos y también —por qué no, con un amante, viaja en primera pero también en apestosos trenes regionales. Tienes que conocer La Mamounia y ver caer el atardecer en la terraza del Fortuny, con un Bellini en la mano (yo me encargaré de esto). Viajar es la única cura (bueno, y unos cuantos libros) que he conocido contra la estupidez.

No acumules trastos, no tengas dos armarios, no pierdas el tiempo soñando con un vestidor. Sólo son cosas, no te definen. Y quizá esta sea la lección más difícil de aprender (a mi me costó toda una vida). Las cosas sólo son cosas: no tengas miedo a deshacerte de ellas, a lo único que has de tener miedo es a no acumular calambres.

No te midas, no dejes cosas por decir, saca la mierda —ya— de la alfombra. Aún no lo ves, pero la vida es jodidamente corta, un día medirás tu vida por las cosas que no hiciste. Ojalá te salgan las cuentas.

Paga tus deudas, aprende a decir no (es lo que diferencia a un tarugo de un Rey) recuerda siempre que nadie te debe nada. Sé fiel. A tu pareja, a tus valores, a tu gente y (también) a ti misma. Esa fidelidad inquebrantable es la única vía que yo he conocido para dormir bien por las noches. Y qué placer, qué importante es dormir bien por las noches.

Lo de la sangre —por mucho que a tu padre le fascine El Padrino, es una soberana gilipollez. Tu familia es tu gente, y tu gente son los que se partirían la cara por ti, en cualquier situación. Nada vale tanto como un buen amigo. Nada.

Bebe vino, aprende a comer, cocina para otros. Tienes que probar el rodaballo de Elkano, la cocina de Ángel León y la elegancia de Quique Dacosta; las locuras de David Muñoz y la esencialidad de Josean Alija. Caerte en los baches de Cádiz y recorrer las tabernas de la Calle Laurel, patear las calles de Lo Viejo en Donosti y fondear la ría de Vigo. Michel Bras en Laguiole, De Kas en Amsterdam, las tabernas de Shibuya y las barras en el Soho. Come, siempre que puedas, frente al mar. Todo es más fácil frente al mar.

Dedica tu vida a los animales. Cada minuto perdido con ellos valdrá un millón de veces más que muchas de las personas que habitarán tus días.

Es inevitable: la música será tu vida. Escucha lo que sea que escuches —no hagas caso a los carcas, pero haz hueco para Chet Baker, Coltrane, Morricone, Dylan, Miles Davis, Mozart y los Smiths. No hagas puto caso a los infelices que te digan (lo harán, créeme) que no hay que escuchar esto o lo otro. Si te emociona, me sirve.

El cine, el cine —ya lo sabes, fue el mejor diván que pudo tener tu padre: una sala oscura, el silencio, unos títulos de crédito. Las veremos juntos, pero aquí te dejo una letanía: Rojo, Amour, La última noche, Cuentos de la luna pálida de agosto, Chihiro, El Gatopardo, Fresas Salvajes, Nelly y el sr. Arnaud, Los Puentes de Madison, Dublineses, Hannah y sus hermanas, Dersu Uzala, El Río, Tierras de Penumbra, Big Fish, todo Wilder, todo Hitchcock, todo Pixar, todo Buñuel, todo Erice, todo Kubrick. Y claro, aquella pequeña obsesión de tu viejo.

Escribe, escribe sin descanso. No esperes un tema, ni una excusa ni un trabajo: sencillamente escribe. Créeme, todo es más fácil cuando lo ves sobre el papel. Lee hasta que se te caigan los párpados, no lo dejes cuando la vida te reclame horarios (lo hacen tantos…) que leer no sea un recuerdo de tu juventud, que sea una necesidad, una sed: No hay otro camino, y nunca lo hubo.

No es lo que miras, es cómo lo miras. Aprende a mirar. Y a mirar se aprende mirando: exposiciones, calles, vidas, cafés, lienzos, amaneceres y portazos. Un pequeño truco: cuatro ojos ven más que dos.

Aprende a sobrevivir («Quien resiste, gana» en la tumba de Cela) pero que nunca sea suficiente: has de vivir.

Te van a hacer daño (es inevitable) pero te levantarás. Yo estaré ahí, ayudándote un millón de veces. No pretendo que no caigas, tan sólo que aprendas una lección —por pequeña que sea, tras cada caída. Esas lecciones serán tu tesoro.

Date entera.

Y por lo que más quieras, nunca te vendas.



Nota del marinero:
Bonita, muy bonita carta. Me la quedo.

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